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Con el infierno en la memoria

“Fijaba cada detalle en mi memoria, para no olvidarlo, para poder contarlo al mundo si sobrevivía”

Con leves variaciones, esta frase se encuentra en todos los grandes libros de memorias protagonizados por supervivientes de los campos de concentración, tanto nazis como soviéticos, que llenaron de vergüenza e infamia al siglo XX. Un mismo propósito con un objetivo común: que el mundo lo supiera, que se grabara en la memoria de la Humanidad para que NUNCA MÁS volviera a suceder.

“Cuando se entere el Camarada Stalin, ¡montará en cólera!”, expresaba una inocente prisionera rusa del Ejército Rojo en Ravensbrüc. Pobre, después de tres años en el maldito campo alemán, ignoraba que Stalin la condenaría a diez más en el fondo del Gulag, porque los soldados soviéticos no pueden sufrir cautiverio: escapan, prenden fuego a la prisión o se suicidan.

Era imprescindible memorizar, ya que no era posible escribir –no digamos ya tener un diario-  durante su cautiverio; la memoria era su única defensa contra el exterminio total.

«Mi memoria, bien entrenada por haber aprendido tanta poesía, no olvidaba un nombre ni una fecha» decía Evgenia Ginzburg mientras emprendía un viaje a Kolymá (Círculo Polar Ártico) donde pasaría los siguientes dieciocho años. Y no lo hizo, desde luego. Sus recuerdos mencionan nombre, patronímico, apellido, edad y lugar de nacimiento de todos aquellos a quienes cita.

También compartían un mismo temor, a veces en forma de pesadillas: el temor a no ser creídos, a que la verdad sonara demasiado bestial, demasiado inverosímil o, sin duda, exagerada. El temor a que todo fuera en vano. «¿Has tenido ese sueño?» le comentó un compañero de barracón a Primo Levi cuando este le contó que había soñado con que intentaba contar lo de Auschwitz pero nadie le escuchaba. «Yo también»le respondió.

Gracias a ellos -y en buena parte al poder de las imágenes grabadas- finalmente eso no sucedió y hoy en día el mundo es consciente de lo que el ser humano es capaz de hacer con otros seres humanos. Sin embargo, eso no significa que consiguieran su objetivo, ni que su sacrificio fuera unánimemente apreciado. Todos cargaron después con el peso añadido del rechazo, la vergüenza o el hastío, y hasta la justificación que recibieron sus memorias en demasiados casos.

«Cuando llegamos a Israel nos dimos cuenta de que nadie quería escuchar nuestras historias del campo. Nos miraban mal. Yo pregunté: ¿por qué también nos rechazan los judíos? Un joven sionista nos contestó: ¡Porque no os rebelasteis! Os dejasteis matar dócilmente, como corderos. ¡Nosotros hubiéramos luchado hasta la muerte!» (palabras de una superviviente de Auschwitz entrevistada por la productora de Steven Spielberg en Israel).

A cambio, alcanzaron la gloria literaria logrando que millones de lectores para que, generación tras generación, recorrieran junto a ellos ese descenso a los infiernos que marcó sus trágicas biografías. Muchas son ya obras maestras de la literatura universal, eternas en la memoria sentimental de quienes las leyeron o leerán, orgullo del género autobiográfico que tanto nos gusta en Memoralia. Su talento como narradores logró al fin lo que no pudo conseguir la aterradora evidencia de los hechos: que no olvidemos.

Es verdad que nada se graba mejor en la memoria que la memoria del dolor, pero es notorio –como en los casos citados- que el dolor, además, da a la escritura una pátina de belleza, una expresividad desgarrada, que la hace insuperable. Desde este blog homenajeamos su memoria, su poesía, y su dolor.

RELACIÓN DE AUTORES Y OBRAS CITADOS:

Primo Levi, Si esto es un hombre, (trilogía de Auschwitz), un relato autobiográfico de precisos contornos y hondura filosófica en el que el este químico italiano de origen judío ingresado en Auschwitz en enero de 1944, y que sobrevivió a la liberación del campo el año siguiente, describe minuciosamente toda la variedad de mezquindades y miserias personales y sociales de los seres humanos brutalizados por las condiciones extremas del campo de concentración, observación que le provoca una amarga pero bella reflexión sobre la condición humana y su deriva inhumana, sobre lo frágil de su barniz civilizado.

Christian Barnadac, Los maniquíes desnudos (trilogía testimonial polifónica de los campos de concentración de mujeres), recoge los relatos autobiográficos de un numeroso grupo de prisioneras francesas en el siniestro campo de mujeres de Ravensbrück, fragmentándolos en capítulos temáticos que, reunidos, construyen una historia muy completa del calvario que sufrieron todas ellas. Una obra en la que destaca un dato incontestable: en los campos de concentración de mujeres (Ravensbrück era terrible, construido sobre pantanos, con condiciones espeluznantes… y sus preceptivas cámaras de gas donde morían a diario 6.000 mujeres), no se produjo ese derrumbe general de principios morales que tanto lamentaba Primo Levi. Quizás más conscientes de su debilidad, mantuvieron la solidaridad, las normas de conducta personal y colectiva y la moral alta.

Imre Kertez, Sin Destino. La obra del Nobel húngaro refleja la fría mirada de un niño sobre el horror de los campos y su pragmática capacidad de adaptación para sobrevivir sin preguntarse nada. A los catorce años, una vez comprendió, se limitó a intentar ganar. Ganar a todos. Ser el mejor preso. Una original vuelta de tuerca a la literatura del exterminio nazi a través de la experiencia personal de un deportado adolescente.

Alexander Solzhenitsyn, Archipiélago Gulag. La magna obra que, partiendo de su experiencia personal en el infierno del pretendido paraíso soviético, documentó minuciosamente todos los aspectos de la inmensa locura que se atribuye al psicópata paranoico Stalin, pero que en rigor fue desatada por su predecesor, el aún venerado Lenin, y que sacrificó a millones de inocentes en el falso altar de un patriotismo delirante. Como un listín telefónico, recorre todos los rincones del país, todos los momentos, todos los grupos raciales, políticos, trabajadores, miembros del Partido… Trazando con ello el mapa geográfico imaginario del gigantesco mundo concentracionario soviético. Occidente tuvo que afrontar por fin la espantosa verdad que tanto había evitado. Maravillosamente escrita, el autor es solo uno más entre la multitud de escritores superdotados que avalan la teoría de la superioridad de la literatura rusa.

Evguenia Ginzburg, El vértigo. La autobiografía de esta magnífica escritora, profesora de literatura y víctima de la oleada represiva de 1937 -una de tantas en época de Stalin- que sufrió dieciocho como deportada en los confines del Gulag, ya la comentamos en un artículo reciente. Su traducción al español lleva poco tiempo publicada, por lo que la recomendamos vivamente si aún no la habéis leído.

Viktor Shalamov, Relatos de Kolymá. Su experiencia como prisionero en la más temida y remota región del inmenso Gulag está recogida en seis volúmenes de relatos, y completada con los relatos de otras víctimas que el autor ha recopilado. En otros países lleva muchos años siendo el referente de los expresos del Gulag, pero también acaba de ser traducida al español, por lo que ya nos estamos relamiendo con el festín aún no catado de su lectura. Pero no tardaremos, podéis estar seguros.

En Memoralia no dejamos escapar una obra rusa, como podéis comprobar.

Calle de Serrano, 8. 28001 Madrid

+34 91 181 33 66

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