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Médicos, con mala letra pero buena pluma

Dentro de nuestro oficio como escritores por encargo nos hemos encontrado con decenas de galenos que contactan con nosotros para editar su biografía personal o un sesudo trabajo de investigación en el que llevan trabajando casi media vida. Pero ¿de dónde vendrá esa tradición humanística, y en concreto literaria, que caracteriza a este gremio conocido por su deficiente caligrafía? Un vistazo al pasado puede ayudarnos a entender la paradoja.

En la mitología de la antigua Grecia, Apolo era al mismo tiempo el dios de la medicina y de la poesía. Los griegos tenían en tan alta estima a los versos que los creían capaces  «de curar las llagas y reprimir la sangre solo con decirlos» (Homero, Apuleyo y Plinio). Quizás esto explique la ancestral y constante conexión que parece haber entre ciencia médica y literatura, al menos atendiendo al insólito número de grandes figuras que a lo largo de la Historia se han dedicado a estas dos disciplinas, aparentemente tan distantes.

Y el hecho de que la devastadora victoria del cristianismo medieval no acabara del todo con esta armónica relación puede que se deba a San Lucas, médico de origen griego y autor del Evangelio «más humano» de los cuatro canónicos. El enfermizo San Pablo le eligió para acompañarle en su largo y azaroso viaje a Roma, sin duda por más de una razón.

En la Edad Dorada de la dominación árabe en la Península Ibérica, cuando los poetas árabes y hebreos todavía cantaban al vino, un médico judío, Maimónides, y otro árabe, Avicena, ofrecieron al mundo diversas obras literarias que iban más allá de los complicados tratados médicos.

Ya en tiempos contemporáneos -y también de aquí- científicos de talla mundial como Gregorio Marañón y Ramón y Cajal escribieron sobre cualquier tema que se les puso por delante, convirtiéndose en el modelo de generaciones de doctores literatos que llegan hasta nuestros días. De hecho, en los años sesenta, el psiquiatra Torcuato Luca de Tena, creó una trama de terror psicológico ambientada en un psiquiátrico, que reventó durante años las listas de libros superventas (Los renglones torcidos de Dios).

En el caso particular de Memoralia, nuestro apreciado Dr. Garrido-Lestache está obteniendo gran repercusión en los últimos meses con el libro de casi 700 páginas que editamos el año pasado, La identidad del ser humano. Pero no es el único caso, ya que el Dr. Serrano Galnares o el Dr. Villalaín también se han prodigado en los medios tras trabajar con nosotros. Y no podemos olvidarnos aquí del Dr. Parreño, el «inventor de esperanzas» cuya prolífica vida ya homenajeamos en un artículo anterior. En este sentido, la Asociación Española de Médicos Escritores y Artistas (ASEMEYA) supone un punto de encuentro para la multitud de escritores con bata blanca que pueblan nuestro país.

A lo largo y ancho del planeta son muchos los gigantes de la literatura universal que, además, resultan ser doctores en medicina, si bien de la mayoría desconocemos si llegaron a ejercer. Anton Chejov, destacado autor ruso, aseguraba sin ambages que «la medicina es mi esposa legal, la literatura es sólo mi amante», y lo cierto es que la esposa se vengó del infiel, pues Chejov murió de tuberculosis contagiada por un paciente.

Foto de Gregorio Marañón dedicada al Dr. Parreño, el «inventor de esperanzas».

El Romanticismo enfebreció a los más famosos médicos poetas, como Schiller o Keats, así como a los escritores más rarunos, como Polidori, médico personal de Lord Byron y autor de la primera novela de vampiros en lengua inglesa. También algo sospechoso resulta Sir Arthur Conan Doyle, que creó a su personaje Sherlock Holmes tras fracasar con la clínica oftalmológica que abrió en Londres y a la que no acudió ni un solo paciente. Decía odiar al cocainómano detective e intentó matarlo, pero como es sabido, la airada reacción de sus lectores le obligó a resucitarlo. Hoy en día se especula con que pudiera ser la verdadera identidad de Jack el Destripador.

En el siglo XX, la lista se hace interminable y abarca desde médicos o escritores de primerísimo nivel, como Sigmund Freud o Mijail Bulgákov, hasta prolíficos autores de novelas de médicos, un género de gran popularidad con autores como Joseph Cronin Frank G. Slaughter.

Y no nos podemos olvidar de otro grupo, formado por personajes que, siendo así mismo médicos y escritores, alcanzaron la inmortalidad en un tercer oficio, como es el caso del Che Guevara o Salvador Allende, que abandonaron ambas disciplinas por una vocación todavía más poderosa.

Por fin, nuestro recién estrenado siglo XXI también abunda en medicos-escritores o en escritores-médicos, por fortuna… Aunque lo cierto es que imaginarnos a Michael Crichton (autor de Parque Jurásico) como nuestro médico de cabecera resulta, cuanto menos, inquietante.

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