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Genealogía de la memoria II

La pasada entrada este blog inauguraba la serie que Memoralia está dedicando al tema de la memoria. El primer capítulo situaba el origen de su descubrimiento (o más bien, identificación) y las primeras reflexiones escritas conocidas sobre este asunto en la Antigüedad Clásica, y lo documentaba empezando por la Grecia antigua. Hoy publicamos la segunda parte del primer capítulo, dedicada a la Roma clásica.

Cuando la romana pasa a ser la civilización hegemónica, demuestra en seguida un saludable espíritu práctico; lejos de destruir la cultura del vencido, admite sin problemas la superioridad de ésta y se la apropia, aplicándole su propio y sobrio estilo y elevándola aún más con su aportación. Esta, básicamente, consiste en sus excelentes ingenieros y arquitectos. El resultado es una sustancial mejora en la calidad de vida de sus ciudadanos, que acceden a servicios como agua corriente, cloacas, calzadas pavimentadas, alumbrado… etc. Así, absorbe todo el saber griego, para luego actualizarlo a través de la investigación empírica destinada a determinar sus posibles utilidades. Este pragmatismo prescinde de metáforas y teorías filosóficas metafísicas, prefiere concentrarse en descubrir todo aquello que pueda resultarle útil.

Galeno, considerado como padre de la medicina.

La memoria no es para el romano una hermosa idea, sino un elemento básico en la educación de los jóvenes, pues figura allí como la cuarta de las cinco partes de la retórica. Esta fundamental disciplina, junto a la gramática y la dialéctica, constituyen las tres ramas del conocimiento troncal necesario para el futuro ciudadano romano (que sólo se puede dedicar a la política o a las leyes, si no emprende la carrera militar). La retórica enseña el arte de hablar en público, de alcanzar la excelencia en el difícil arte de atraer y convencer con el discurso propio, y para aprobarla es necesario dominar a la perfección todas sus partes: inventio (idear los argumentos que se presentarán), dispositio (organizar estos argumentos en el orden más eficaz para el discurso), elocutio (utilizar el estilo perfecto), memoria (aprender y dominar el catálogo de tópicos y lugares comunes que permiten improvisar sin riesgos), y actio, otra habilidad formal, la de escoger los gestos y la forma de vestir o de interpretar más adecuados para provocar determinada emoción en el público.

Plinio el Viejo.

Los romanos estudiaron también el aspecto fisiológico de la memoria, analizándola desde el punto de vista médico, y, por primera vez, el famoso Galeno acierta al ubicarla en el cerebro, lo que le permite identificar patologías capaces de alterarla o destruirla, y hasta definir la demencia. Por otro lado, el famoso erudito Plinio el Viejo, autor de la primera obra enciclopédica occidental, Historia Naturalis, profundiza aún más en el conocimiento sobre la memoria (liber VII), afirmando su complejidad y la imposibilidad de medir el grado en que se posee, -debido a la gran diversidad de sus manifestaciones, lo que impide comparaciones-, mencionando los métodos perfeccionados para estimularla –ars memoriae- y, por último, destacando su extrema fragilidad, pues casi cualquier cosa puede dañarla o alterarla, y la variedad de alteraciones posibles es infinita.

Recopilando, pues, la Antigua Grecia primero y su sucesora, la mítica Roma, legaron a la posteridad un copioso caudal de conocimiento, estudios y certeras intuiciones sobre la memoria. Sepultado después, en la tumba del más profundo olvido, por la violenta ignorancia del cristianismo medieval que las venció, y que se esmeró en ocultar toda huella de aquel esplendor cultural clásico durante tantos y tan oscuros siglos.

En la próxima entrada publicaremos el tercer y último capítulo de esta serie, que devolverá la Memoria a nuestros días.

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